A veces, cuando en pleno verano te sientas bajo la sombra de un árbol y empieza a soplar "mareta", te da la impresión de que el mundo es casi perfecto y de que hace falta muy, muy poco para ser feliz. Este blog es sólo eso, un poco de "mareta", un poco de aire disfrutado en la rotunda soledad de Alcublas.
martes, 26 de julio de 2011
MIGUEL PEÑARROCHA
Siempre que llego a Alcublas y enciendo la televisión, me parece que de un momento a otro va a aparecer en la emisora local Miguel con su vozarrón y su hablar despreocupado, para explicar cómo era una bodega de las Veinticuatro o cómo se construía un arco de un corral de ganado, me da la impresión de que va a asomarse con sus charlas improvisadas pero siempre vivaces, a contarnos algúna anécdota de las que le contaban los mayores o de las que le ocurrieron en su juventud.
Vehemente, apasionado y a veces demasiado obstinado, Miguel nos tenía acostumbrados a su presencia siempre dinámica en la vida alcublana. Él, que como tantos otros alcublanos y alcublanas, tuvo que dejar el pueblo de joven, siempre tuvo en su cabeza el pueblo que le vió nacer y lo llevó consigo por muy lejos que le llevasen sus viajes, y sobretodo no dudó nunca en comprometerse y trabajar para mejorar la localidad y la vida de sus paisanos, trabajando por ellos desde la asociación de jubilados y desde cualquier lugar.
Admirador de sus raices y apasionado de los suyos, Miguel siempre intentó trasmitir a los demás ese sentimiento y escribió muchas notas sobre vivencias y sobre Alcublas, y yo tuve la fortuna de que quisiera compartir una parte de todo ello conmigo: en los últimos meses de su vida mantuvimos algunos encuentros amistosos en su casa, en la mía o en Alcublas al aire libre, y de ellos guardo algunas notas y algunas grabaciones; poco antes de Navidad estuvimos hablando para intentar quedar y charlar un rato, pero mis obligaciones y algunos acontecimientos familiares impidieron que nos reuniésemos.
Después del homenaje que le han rendido sus compañeros y compañeras de la asociación de jubilados y pensionistas, por fín he decidido no tirar a la papelera lo escrito, como en las otras tres o cuatro veces precedentes, y sumarme a ese homenaje merecido.
Quedaron entre Miguel y yo muchas reuniones pendientes para que me siguiese contando historias, para que me enseñara sus poemas y sobretodo para que me siguiera transmitiendo ese optimismo y esa fuerza vital que poseía. Yo, a pesar de la tristeza por su pérdida, he decidido quedarme con el recuerdo de ese enorme amor por su familia y su pueblo, de esa enorme vitalidad que transmitía al hablar y actuar, una fuerza que nos debe recordar todos los días que la vida es para vivirla así, casí que avariciosamente, y que lo que cuentan son los sentimientos, lo demás es solo un juego.
Ese es mi recuerdo de Miguel.