sábado, 10 de julio de 2010

El acuario del Señor Juan

Hoy, viendo una escena de la pelicula V de Vendetta, me he acordado del Señor Juan. Se trata de esa escena en la cual la chica de la película, salvada por V, se despierta en una cama y lo que ve al abrir los ojos es una habitación llena de libros amontonados que parecen llenarlo todo: en estantes, en librerías, sobre mesas, apilados…

Era a principios de la década de 1980 cuando el Señor Juan apareció de repente en el barrio. Nadie sabía de dónde procedía, pero era un hombre educado, con dinero –siempre llevaba encima un buen fajo de billetes para los gastos ordinarios-, de una edad incierta entre los 60 y los 70 años. Nunca hablaba de su vida privada, su conversación era generalmente amable pero siempre, banal o culta, impersonal. Fumaba en pipa de manera compulsiva, casi tan compulsiva como la forma en la que se bebía las jarras de medio litro de cerveza o se bebía las copas de ginebra después de la hora del café.

En una ocasión nos regaló a mis hermanas y a mí un acuario de segunda mano, con peces incluidos que acababa de comprar por un auténtico pastón en un bar que frecuentaba por las mañanas antes de las doce, hora en la que solía aparecer por la bodega de mi padre.

A mi, a pesar de que su cara no me agradaba, el señor Juan me caía bien, tengo una tendencia natural a aceptar por completo a la gente que habla bien y que sabe mantener el interés de un auditorio durante una conversación o relatando cualquier anécdota. Probablemente sea porque soy un gran escuchador, siempre dispuesto a oír un relato, del tipo que sea. Hablar es otra cosa, nunca he sabido contar un chiste o relatar un hecho sin caer en la inseguridad, sin perder el hilo de la narración…

El Señor Juan era un hombre sociable, pero solitario: yo siempre pensaba que se había auto-exiliado de su vida pasada y que vivía acorralado por si mismo. Quizás por ello bebía tanto, de una forma defensiva y al mismo tiempo agresiva, igual que un lobo se revuelve acorralado por los perros, bebía yo creo que para suicidarse despacio y leía para no pensar probablemente en su vida.

Sé que leía porque siempre andaba con libros recién comprados: en la cercana librería Paris-Valencia de la calle San Fernando o en las muchas librerías de viejo del barrio -¡la de horas que habré pasado en esa desaparecida librería hurgando en los estantes en busca de algún libro raro! Recuerdo cuando la abrieron y mi madre me llevaba los sábados, después de la visita al oculista, para premiarme por haberme portado bien con algún cuento o algún tebeo… ¡Lo que daría ahora por no haber tirado aquella colección de cómics del Hombre Enmascarado en color!. “Els llibres son mestres que no rinyen i amics que no demanen”, rezaba una de las frases del papel con que te envolvían las compras… creo que sigue siendo el mismo que hace veinte años-. De vez en cuando me regalaba alguno: sabía que me gustaba leer y que me gustaba la Historia -recuerdo una Historia de España, una enciclopedia del año “de la picor” a la que tengo mucho cariño, y varias novelas de Blasco Ibáñez en ediciones de los años 60 y 70 que todavía guardo en casa de mi madre-.

Su casa era un cuchitril en la “repuchaeta” de la Calle Burguerins, en la parte de la calle más abandonada, con fincas tristes y vacías, medio cayéndose de viejas: ropa por todas partes dejada caer y libros, muchos libros en montones desordenados, apilados sobre sillas o en el suelo, dentro de cajas de cartón, libros comprados de forma compulsiva por lotes, sueltos, por temas…

¡Cuántas veces me quedaba en la bodega de mi padre a oscuras, con sólo la luz del acuario, viendo desde mi atalaya de la barra de bar los peces moverse suavemente de un lado a otro! Era una sensación relajada.

Ahora, en muchas ocasiones cuando veo un acuario el movimiento de los peces me recuerda al Señor Juan, con sus ojos grandes y ojerosos, su pipa humeante, y ese aire despreocupado del que no espera nada más de la vida, del que va de un lado para otro sin prisas, abriendo y cerrando la boca dentro de un gigantesco acuario de aire.

La sensación es muy distinta.