jueves, 2 de diciembre de 2010

EXTRAÑAMENTE FELIZ

AQUELLOS 18 AÑOS


Hay días en los que te sientes extrañamente feliz, y digo extrañamente más que nada porque no tienes ningún motivo especial para sentirte así, sencillamente te levantas, comienzas con tu rutina diaria, pero sin embargo te sientes distinto, miras todo lo que te rodea con una bondad y un optimismo exagerados y un tanto irreales.

No se trata de uno de esos altibajos anímicos que sufrimos con frecuencia las personas, ni se trata de un episodio de "optimitis aguda" de esos que normalmente la vida se encarga de frenar en seco con un "sopapo" de realidad, sino que es algo distinto, es otra cosa...

Recuerdo mis dieciocho años, cuando empezaba a descubrir el amor y cuando todo lo que me rodeaba era susceptible de ser aprehendido, asimilado y trasformado, cuando me levantaba un día y quería ser fotógrafo y me gastaba mis escasos ahorros en una cámara réflex rusa que pesaba un kilo -y con la que te regalaban una tienda de campaña iglú de dos plazas: algún día puede que os hable de esta tienda-; al mes siguiente además de fotógrafo quería ser pintor; al mes y medio además quería compaginar todo esto con la poesía...

Eran los tiempos en los que me vestía diferente porque me sentía diferente, tiempos de botas negras, gabardinas largas y suéters un tanto macarras -a veces veo alguna pelicula de las primeras de Almodóvar y me entra la risa, pero porque refleja muy bien aquella época-, tiempos de amigos muy diferentes, en sitios muy diferentes, pero ante todo muy amigos...

Tenía mis amigos del pueblo -os aseguro que estos amigos los tendré toda la vida, aunque nos veamos una vez al año-, mis amigos del instituto -Espe, mi buen amigo Juan, Tomás, Encarna, Pepo...-, mi "novieta", y otras amistades entre las que me movía un poco avariciosamente, de una a otra, queriendo estar con todas a la vez -lo cierto es que en ocasiones los reuní a todos y el resultado no fue malo, todo lo contrario: Pepo, José Luís y Juan seguro que recuerdan todavía alguno de sus viajes a Alcublas-.

Eran los tiempos en los que una misma noche podía estar en Calcatta, la Marxa, Blanc i Blau, y rematar la "faena" en Barro con la "fauna" más surrrealista de Valencia..., o los tiempos de la plaza Xùquer, Público y las fiestas universitarias -corramos un tupido velo, por favor-. Eran los tiempos del café a las tres con Julio y su vespino, tiempos de futbolín y aventura, eran tiempos en los que me sentía avariciosamente vivo... bueno, hasta que el dolor de cabeza del día siguiente ponía las cosas en su sitio.

Hoy en día me siento vivo de otra forma, supongo que será la "madurez" que dicen -ya tengo mis años y me muevo con otro ritmo, empiezo a entender a los que paladean los vinos al bebérselos o disfrutan de una buena comida-, hace ya unos años que dejé de ser "avaricioso" con las amistades y con las experiencias, y probablemente me he vuelto más tranquilo y reflexivo... ¿Es esto bueno, o es malo?¿Es mejor o es peor?

No lo sé, ni tampoco me preocupa mucho aclararlo, pero lo que sí que sé es que después de varios días de lluvia, cuando amanece un día con un cielo azul brillante que no se acaba y con un sol rabiosamente luminoso, veo las cosas a mi alrededor como cuando tenía aquellos dieciocho años y siento que la vida está ahí para aprehenderla, asimilarla y transformarla, y que si todos ponemos un poco de nuestra parte un mundo mejor es posible.

Al menos "esa parcelita" de mundo-cielo que nos rodea.


Ilustración: "El sueño de los conejitos voladores II"(2001), de José Luís Alcaide Verdés